Era un personaje inolvidable del Barrio La Popita en San Antonio del Táchira. Delgado y siempre cubierto por una gorra o un sombrero, Pedro se paseaba con su destartalado carro de pasteles hecho de latas de zinc, que chirriaba y se tambaleaba con sus pequeñas ruedas de madera forradas con tiras de caucho. Su punto favorito para vender sus pasteles era la calle del Hotel Don Jorge, donde instalaba su improvisado negocio, a pesar de su aspecto desaliñado y el fuerte olor que lo rodeaba, lo que hacía que muchos evitaran acercarse demasiado.
Pedro no era conocido por su higiene. Su ropa gastada y su humor característico lo distinguían a la distancia, y no era raro que la gente del pueblo comentara en tono de broma que Pedro amasaba sus pasteles con la misma dedicación con la que se restregaba los sobacos y otras partes íntimas. Aquellos que conocían bien su historia preferían no comprarle nada, especialmente sus vecinos de La Popita. Sin embargo, siempre había algún incauto o un recién llegado que caía en la tentación de probar esos pasteles, crujientes por fuera y llenos de un sabor que nadie podía imitar.
Además de los pasteles, Pedro era famoso por una peculiar avena que preparaba en una olla vieja y oxidada. A esta bebida, que tenía un sabor único, solo le agregaba azúcar y clavos de olor, sin nunca echarle leche. Era otro de los misterios culinarios de Pedro, y aunque no todos se atrevían a probarla, quienes lo hacían aseguraban que tenía un toque especial.
Todos en el pueblo sabían cuándo Pedro estaba bajando del cerro con su carro. Un día, después de una fuerte lluvia, la rampa sin asfaltar que conducía al pueblo se convirtió en un lodazal. Pedro, en su intento de bajar al pueblo con su carro de pasteles, perdió el control y terminó rodando cuesta abajo, con el carro tambaleándose detrás de él. Fue una escena caótica: Pedro se golpeó fuertemente, pero su espíritu era inquebrantable. Se levantó, sacudió el barro de su ropa y, con una calma pasmosa, comenzó a recoger los pasteles que habían caído al suelo.
Lo que realmente dejó a todos asombrados fue lo que hizo después. Con un trapo maloliente que guardaba en el bolsillo del pantalón, Pedro limpió uno por uno los pasteles caídos, quitándoles el barro y la suciedad. Esa misma tarde, se le vio en su esquina habitual frente al Hotel Don Jorge, vendiendo los mismos pasteles que habían sobrevivido al accidentado descenso. Para sorpresa de muchos, estaba rodeado de clientes que, ignorantes del accidente, devoraban con gusto los pasteles.
En el pueblo, las bromas no tardaron en surgir. “¡Hoy los pasteles de Pedro vienen con un toque extra de tierra del cerro!”, decían algunos entre risas. Otros, con la jocosidad típica de San Antonio del Táchira, comentaban: “Pura enjuagadura de pelotas”, aludiendo a las sospechas sobre la higiene de Pedro.
A pesar de las habladurías, Pedro continuó con su venta imperturbable, sabiendo que siempre habría quien comprara sus productos. Se convirtió en una leyenda viva, un ejemplo de la tenacidad y la capacidad de hacer frente a cualquier adversidad con una sonrisa en el rostro y un pastel en la mano. Su historia, llena de humor y picardía, forma parte del folclore de San Antonio del Táchira, recordada con una mezcla de cariño y diversión por todos aquellos que alguna vez lo conocieron o escucharon hablar de él.
Hoy en día podemos conocer su historia gracias al señor José Anaya y el profesor Carlos Navarro que sacaron a este personaje popular del olvido...
Imagen referencial del personaje....
No hay comentarios:
Publicar un comentario