Salven a los locos,
a los que aún sueñan con los ojos abiertos,
y creen —desde su sagrada ingenuidad—
que las utopías no son imposibles,
solo tardan en llegar.
Salven a los rotos,
a los que remiendan sus grietas con versos,
a los que sangran amor y lloran estrellas.
A las almas cansadas que aún dan abrigo,
aunque tiemblen por dentro.
Salven a los distintos,
a los que no caben en etiquetas,
a los que aman sin permiso
y se rebelan con ternura.
A los idealistas,
los románticos incurables,
las soñadoras que llevan música
donde otros solo llevan ruido.
Salven a los que aún creen en la paz,
a los que curan con abrazos,
a los que están quebrados
pero se reconstruyen con esperanza.
A los sensibles,
a los que sienten todo,
incluso lo que el mundo ignora.
Salven a los incomprendidos,
a las ilusas que aún escriben cartas,
a los inocentes que le hablan a la luna.
A los que se entregan con el alma,
sin contrato ni condición.
A los melancólicos que aún susurran
"te amo"
como si fuera un acto de revolución.
Salven a quienes aman en tiempos crueles,
a los que no aprendieron a odiar,
a los que siembran belleza en medio del caos.
A los que creen que el arte
es la forma más pura de resistencia.
Porque son ellos —no los que se dicen cuerdos—
quienes aún sostienen al mundo.
Salven a los locos,
porque los normales están arrasando el planeta.
Porque mientras el mundo se desangra en silencio,
ellos siguen cantando con el alma rota.