sábado, 31 de mayo de 2025

Quiero saber

Quiero saber qué es verdad
Porque mi idea es vana y mi conocimiento pobre y limitado.
Quiero saber, busco y todos 
dicen saber y me he confundido 
aún más que antes.
Ahora Estoy tratando de encontrar 
la salida, y regreso, voy y vuelvo.
Siempre encuentro señales y voces que me llevan a una " verdad ".
¡ Ayuda ! He exclamado.
Vi como muchas y muchos se rieron, se burlaron y otros... Me trataron de llevar de la mano. 
" Soy tu guía " murmuraron casi en silencio a mi oído.
Hoy no están los invisibles, los que saben llevarme versos y cuentos.
Hoy son los más imponentes gritones, los fanfarrones de la " verdad ".
Quieren que los siga, que los escuche, que lea allí y allá.
Me señalan con sus dedos y me atemorizan con sus falacias.
¿ Donde estan los invisibles ?
Aunque son mudos , sin ellos no se que escribir.
No quiero correr, porque sería víctima de sus lenguas venenosas.
No se que decir , pero se que no está aquí la verdad. 
Seguiré dudando hasta el fin si necesario es. 
Quizá un día los buenos invisibles, los que me escuchan , a pesar de mi horrible voz, vuelvan. Ellos son mi única esperanza. 

                            Edgar plata 

miércoles, 28 de mayo de 2025

fuí feliz

Mientras no poseía más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada. La propiedad me ha hecho cruel.
Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llenó para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.
Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas al intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en la casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté a uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.
¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí.
Antes era un hombre. Ahora soy un propietario.
📰"Gallinas", de Rafael Barrett, 1910

lunes, 26 de mayo de 2025

cositas

viernes, 23 de mayo de 2025

religión y certeza

Religión :No es más que la apología al crimen y el castigo. 
La certeza : No necesita oraciones y hombres vilmente asesinados por la sevicia humana. 
Para comprender que somos un milagro.

A que viene este escrito.
A que aún en esta era, la humanidad es demasiado materializada, inconsecuente con una realidad palpable.

Escriben algo así como esto.
" Es triste la vida , venimos sin nada , nos esforzamos por todo y nos vamos sin nada".

Cuando en realidad, "si venimos sin nada", ¡venimos de un milagro!
Somos seres materiales , pero hay una fuerza superior en cada uno de nosotros. 
¡ Ese otro yo !
Que es palpable, diciente y sensible .
Si perdemos la sensibilidad por el bien, estaremos perdidos. 
Entonces si sería en vano a ver venido a esta tierra, se habrá perdido el sentido del milagro. 

jueves, 22 de mayo de 2025

Aquí nada se tira.

“Creí que ya no podía caer más bajo… hasta que me vi peleando con un perro por un trozo de pan.” 

A Jonás lo dejaron libre sin aviso, como quien suelta una caja vieja en medio de la nada. Había pasado cinco años en prisión por intentar robar una tienda con una navaja oxidada. Tenía 20 cuando entró. Salió con 25 y el corazón reseco, como si los años hubieran evaporado todo lo que un día soñó ser.

Nadie lo esperó afuera. Su madre había muerto de tristeza, su hermano se cambió el apellido, y su padre… su padre fue una sombra que nunca se quedó.
Los primeros días no durmió, solo deambuló. No sabía cómo hablar sin que lo miraran como amenaza.
Pidió un café en una parroquia, y un hombre con corbata le soltó sin mirarlo:
— La cárcel es para aprender, no para mendigar.
Jonás no dijo nada. Pero por dentro… se rompió un poco más. Porque él sí había aprendido. Lo que no sabía era cómo volver a empezar sin nadie que le enseñara dónde se empieza.

Una noche de lluvia se resguardó en un portal. Un hombre mayor cosía zapatos bajo la luz de un farol. Jonás lo observó en silencio.
— ¿Tienes hambre o curiosidad? —le preguntó el viejo.
— Las dos.
— Entonces siéntate. Aquí se come mientras se aprende.

Y así fue. El viejo le enseñó a cambiar suelas, coser cuero, pulir punteras y no tener miedo de equivocarse.
— Esto también es una forma de sanar —le decía.

Jonás empezó a ofrecer reparaciones por las esquinas. “Zapas que vuelven a caminar”, escribía en su cartón. Al principio solo le daban pares rotos o tenis sin suela. Pero cada arreglo era una oportunidad.
Un día, una mujer le llevó unas botas de marca.
— Si me las dejas vivas, te traigo a mis amigas.
Él no solo las dejó vivas… les dio una segunda vida.

Con lo que ahorró, compró una vieja máquina de coser. La instaló en un rincón de un almacén que le prestaron a cambio de cuidar el lugar.
Colgó un letrero con una tiza:
“Aquí no se tiran los zapatos… ni las personas.”

Un día la máquina se le quemó. Pensó en rendirse. Pero al día siguiente, un cliente volvió con otra, usada, y una nota que decía:
“No pares. Lo haces mejor de lo que crees.”

Hoy Jonás tiene un pequeño taller con olor a cuero, café y esperanza. No tiene redes, ni logos, ni fachada. Solo un banco de madera y su historia colgada en cada costura.
A veces, al terminar la jornada, camina hasta el callejón donde un día durmió. Mira el suelo, suspira, y se va sin decir nada.

“Uno no se salva olvidando lo que vivió… se salva cuando convierte cada herida en herramienta.”

martes, 20 de mayo de 2025

si me preguntas porque escribo ?

Y si me preguntas por qué escribo?...

Te diría que nací tartamudo, vengo de una familia economicamente pobre, fui hijo único, siempre la pasé solo porque era la burla de los chiquillos de la cuadra. En mi soledad me la pasé leyendo los libros viejos de papá, que él ya había olvidado por falta de tiempo, tenía que alimentar una familia.

Estos libros viejos, despedazados me salvaron la vida, me enseñaron a volar, a conocer otros mundos. Así que crecí leyendo y soñando.
Mi padre me decía: "hijo mío eres tartamudo,deja de leer tonterías, tienes que estudiar aunque sea un oficio porque más no podrás, si sigues así está sociedad te va ha destrozar".
Pero seguí leyendo, porque leer me enseñó que no soy menos que todos, ni mejor ni peor, solo soy diferente.

De pronto con 8 añitos me di cuenta de la vida, un auto con un alcohólico al volante mataba a mi único amigo. Así conocí la vida, la vida es una hoja en blanco ahí puedes escribir lo que sea, pero hay reglones que no dependen de ti, sino de otros.

Así que me volví a encerrar más en mis libros, un día aún con 8 añitos escribí parte de mis sentimientos y se los enseñe a mi padre, los vio y dijo: "muy bien, pero tonterías pocas eh?.
Así que empecé a escribir para mí, me dejó de importar si alguien lo iba a leer, si a alguien le iba a gustar, además me di cuenta de una cosa, ¡que leyendo o escribiendo no era tartamudo, no era el niño "retrasado" de mi colonia!.

¡Era genial, porque ya no me trababa, ya no me quedaba paralizado!, Así que decidí seguir a mis libros, y también a la escuela como quería mi padre.

Leer, dibujar y escribir fue mi salvación, descubrí que la felicidad no es ser rico o famoso, es aprender a amar, amar te hace sentir en la piel tus sueños, le enseña a sonreír a tus ojos cuando tu alma ya no tiene fuerza.

Era solo un chiquillo que soñaba, nunca entendí por qué mi padre lloraba cuando me veía en silencio, nunca me dijo una grosería cuando me veia escudriñando las nubes por horas, nunca me dio una nalgada, nunca me trató mal, solo lloraba.

A mí padre no lo puedo culpar de nada, ni cuando llegue a los 19, 20 años que me di cuenta que no solo era tartamudo y zurdo, sino que también era adoptado y como regalito con un diagnóstico de autismo. Nunca lo supe hasta que fui adulto, entonces entendí a mi padre, quería lo mejor para mí pero no sabía cómo.

Ahora sigo, iba a una escuela donde yo era el bufón de la clase, la mayoría de maestros se burlaban de mí condición. Había una maestra de matemáticas que frente a la clase me hacía responder cuánto era 2 más 2, y yo respondía, "cua, cua, cuatro", y ella decía: "¿Verdad que parece un pato?", y todos reían.

Imagínense como era mi escuela. Pero dejen les cuento a los 12 años llegó el día más triste y más feliz de mi vida, la maestra de literatura dijo: "¡Redacción, tema libre!, Yo hice un cuento, la mayoría de la gente normal, ¿Que hace?: " Mi mamá, me mima". Yo escribí 5 páginas, porque mi mente va más rápido que mis palabras. Pues verán mundo injusto, la maestra me puso un cero, le pregunté: "¿Porque un cero?", Me miró y dijo delante de toda la clase: "mira hijo, mejor te vas buscando un trabajo porque eres un inútil, tú no sirves para nada".

Me dijo, "no sueñes", ¡se imaginan decirle a un niño de 12 años que no puede soñar!.
Aquel día me fui llorando a casa, nunca lo olvidaré, cerré la puerta de mi cuarto y dije: "¿Alguien cree en mi?".

Vamos a ver: Mi padre nunca me vio un niño fuerte, la escuela pensaba que era un ser inferior, sufrí acoso escolar, sufrí palizas por ser tartamudo, y entendí que los violentos son unos cobardes cagados de miedo por enfrentar la vida que sacan su frustración pegándole a otros... pero; ¿que creen?, cada golpe me hizo más fuerte, seguí mi sueño, no pudieron conmigo, así que ese día llorando en casa me di cuenta que sí había una persona que creía en mi. ¿Saben quién era?. Yo, y era suficiente.

Y secando mis lagrimas me dije: " mi padre me ama, mi madre me parió, la escuela sabe más o menos quien soy, pero el único que sabe lo que llevo dentro y el único que conoce mis sueños, ¡Soy yo!.

Así que recordé esa hoja en blanco, y escribí mis sueños, fui tras ellos,tengo solo una vida y es muy corta, y nadie iba ha cortar mis sueños, hice lo que me hace feliz, escribir, escribir mucho, y curar corazones, llevo años ejerciendo la Cardiología y me construí un nombre en la medicina, y ¿que creen?, ya no tartamudeo.
Aunque aquí entre amigos, les confieso que de vez en cuando lo hago un po, po, poco.

He seguido mis sueños y ahora encuentro placer en un mundo que nunca quiso darme un empujón, a no ser para el barranco.
Hoy al mundo que me desprecio le digo: Gracias a ustedes soy lo que soy.
Y sigo escribiendo porque la vida es esa: dónde se ríe y se llora, dónde se abraza y se besa, dónde se pierde y se estresa, porque la vida es esa: Un licuado de alegría con un toque de tristeza.

Los qui qui qui quiero mu mu mucho...

-Eduardo Galeano-

copa

lunes, 19 de mayo de 2025

ir o venir

Una mujer que tenía una relación muy difícil con su esposo sufrió un paro cardíaco. Estando al borde de la muerte, se le apareció un ángel y le dijo:

—Tus buenas acciones y tus errores están muy parejos. Todavía no puedes entrar al cielo. Pero si quieres, puedes regresar unos días más para hacer lo que te falta.

Ella aceptó. Al abrir los ojos, estaba otra vez en su casa. Todo igual. Su esposo seguía durmiendo en el sofá, sin dirigirle la palabra. Hacía tiempo que no se hablaban, solo compartían techo y silencio.

Lo miró: cansado, planchando su propia ropa para ir a trabajar. Sintió una mezcla de culpa y orgullo. Pensó:

—Tal vez me conviene hacer las paces… ¿pero por qué tendría que ser yo la que dé el primer paso?

Y se enojó aún más:

—Él fue el que cambió cuando lo despidieron. El que se volvió frío, el que gritaba. Yo me quedé remando con lo poco que teníamos. ¿Y encima ahora yo tengo que pedir perdón?

Pero entonces volvió a escuchar la voz del ángel:

—“Recuerda: unas buenas acciones más… y podrás entrar al cielo.”

Esa noche, mientras su esposo no estaba, ella tomó una decisión. Lavó su ropa, cocinó su platillo favorito, puso flores en la mesa, encendió unas velas… y escribió una carta:

“Creo que estarías mejor durmiendo en nuestra cama. Esa donde nacieron nuestros hijos, donde los abrazos fueron refugio. Si puedes perdonarme, allí te espero.
Tu esposa.”

Pero al terminarla, dudó. Rompió la hoja y pensó:

—¿Estoy loca? ¿Yo voy a disculparme si él fue el que destruyó todo?

Y entonces… recordó. Recordó la vez que él llegó con una carta de amor escrita a mano y un pincel nuevo para que volviera a pintar. Recordó cómo ella, con rabia, quemó sus cuadros. Cómo lo llamó inútil. Cómo se burló de sus sueños. Recordó que él también tenía miedo. Que él también lo había perdido todo.

Volvió a escribir la carta, pero esta vez con más corazón:

“No supe ver tu miedo. No entendí lo que te dolía perder ese trabajo. Me desesperé, me olvidé de tus sueños. Perdóname. Te amo. Quiero ayudarte a volver a ser feliz.
Tu esposa.”

Cuando él regresó del trabajo y abrió la puerta, notó el olor a comida, la música suave, las velas encendidas… y la nota en el sofá.

Ella salió de la cocina con la cena, y lo encontró llorando, hecho un niño. Corrió a abrazarlo. No se dijeron nada. Solo se abrazaron. Esa noche se amaron como al principio. Rieron, cenaron, recordaron a sus hijos de pequeños… y por primera vez en años, se sintieron en casa.

Él la ayudó a recoger la mesa. Mientras ella lavaba los platos, miró por la ventana… y vio al ángel esperándola en el jardín.

Salió, llorando:

—Por favor, no me lo quites todavía. No quiero solo un día. Quiero ayudarlo a pintar otra vez. Quiero reconstruir lo que destruí. Prometo que en poco tiempo él va a volver a sonreír. Entonces, si quieres, ya me puedes llevar.

El ángel le sonrió:

—No tengo que llevarte a ningún lado. Ya estás en el cielo. Tú lo creaste… con tu amor, tu humildad, y tu decisión de perdonar.

Desde la cocina, su esposo gritó:

—Mi amor, hace frío. Ven a acostarte… mañana será otro día.

Ella sonrió. Y pensó:

“Sí… gracias a Dios, mañana será otro día.”

Moraleja:
Muchos se quejan de lo que no reciben… pero, ¿ya pensaste en lo que no das?
A veces señalamos los errores del otro, sin mirar cuántas veces también hemos fallado.
Queremos paz, pero sembramos rencor.
Queremos amor, pero guardamos orgullo.
Queremos cambiar al mundo… pero no empezamos por nuestro propio hogar.

El infierno no siempre es fuego… a veces es silencio, indiferencia y orgullo.
Y el cielo… puede ser una mirada, un abrazo, una carta sincera.

El cielo no es un lugar lejano. También se puede construir aquí, con tus manos… y tu corazón.

sábado, 17 de mayo de 2025

huérfanos y el solitario

Isabel, de 12 años, y su hermano Lucas, de 8, vivían en una pequeña casa al borde del pueblo. Desde que perdieron a sus padres en un accidente automovilístico, sus vidas se habían llenado de silencios. 

Sin parientes cercanos que se hicieran cargo de ellos, dependían de los escasos ahorros que sus padres dejaron y de la poca ayuda que los vecinos a veces les ofrecían, más por lástima que por verdadera compasión.

Su hogar, una vez lleno de risas, era ahora un lugar desolado, con muebles cubiertos de polvo y un jardín donde la maleza crecía sin control. Isabel intentaba ser fuerte por Lucas, pero la carga era demasiado para una niña que aún lloraba en secreto cada noche.

Una tarde, mientras los niños jugaban en el patio trasero con una vieja pelota, un camión de mudanzas se detuvo frente a la casa vecina, que llevaba meses vacía. Ambos se asomaron curiosos, como si el movimiento en aquella calle tranquila fuera un evento extraordinario.

De la casa emergió un hombre de mediana edad, de rostro serio y aspecto reservado. Llevaba una maleta desgastada en una mano y un pequeño perro en la otra.

—¿Será amable? —preguntó Lucas en un susurro. Isabel solo encogió los hombros.

El nuevo vecino, el señor Andrés, tenía 46 años y un aire de tristeza que lo rodeaba como una sombra. 

Era un hombre solitario que pasaba los días desempacando cajas y las noches sentado en su porche, mirando al cielo como si buscara respuestas entre las estrellas.

A pesar de la cercanía de las casas, Andrés no hizo ningún intento por acercarse a los niños, y ellos tampoco a él. Sin embargo, Lucas no podía resistirse a mirar al pequeño perro que siempre lo acompañaba. Una tarde, mientras Isabel intentaba preparar una cena improvisada, Lucas desapareció.

—¿Lucas? —llamó Isabel, con el corazón latiendo rápido. Lo encontró en la cerca que dividía ambas casas, acariciando al perro de Andrés, quien observaba desde el porche.

—Disculpe, no quería molestar —dijo Isabel, tirando de Lucas para alejarlo.

—No molestan —respondió Andrés con voz grave pero amable. Tras un momento de silencio, añadió—. Si necesitan algo, no duden en avisarme.

Fue la primera interacción que tuvieron, pero algo en la forma en que lo dijo hizo que Isabel sintiera una extraña mezcla de alivio y desconfianza.

Los días pasaron, y Andrés empezó a notar cosas que los demás vecinos ignoraban: el humo que nunca salía de la chimenea, indicando que no había comida caliente; las luces que se apagaban temprano, como si quisieran ahorrar electricidad; y las mochilas gastadas que llevaban a la escuela.

Una noche, tocó la puerta de los niños. Isabel, sorprendida, tardó en abrir.

—Noté que su jardín necesita algo de trabajo. ¿Qué tal si les ayudo? —preguntó Andrés, sosteniendo un rastrillo.

Isabel lo miró con cautela, pero la insistencia en sus ojos era genuina. Poco a poco, la relación comenzó a crecer. Andrés arregló la cerca rota, plantó flores en el jardín y, a menudo, invitaba a los niños a comer con él. 

Su pequeño perro, Max, se convirtió en el mejor amigo de Lucas, quien no podía evitar sonreír cada vez que jugaban juntos.
Una tarde, mientras compartían la cena, Isabel no pudo contenerse más.

—¿Por qué nos ayuda? —preguntó, con lágrimas en los ojos.
Andrés tomó un sorbo de té antes de responder.

—Hace años, también fui huérfano. Alguien me ayudó cuando más lo necesitaba. Ahora es mi turno de hacer lo mismo.

El tiempo pasó, y la conexión entre Andrés y los niños se fortaleció. Él no intentó reemplazar a sus padres, pero se convirtió en una figura de apoyo, enseñándoles cosas simples como arreglar cosas en casa o cocinar recetas básicas.

Los demás vecinos, que antes ignoraban a los niños, comenzaron a notar el cambio. Inspirados por el ejemplo de Andrés, algunos comenzaron a traerles comida o ropa, y otros les ofrecieron ayuda para el mantenimiento de la casa.

Sin embargo, no todo era fácil. Isabel aún luchaba con la pérdida de sus padres, y Lucas, a pesar de su alegría con Max, tenía noches en las que lloraba por su madre.

Andrés no tenía todas las respuestas, pero siempre estaba allí para escuchar, una presencia constante que les recordaba que no estaban solos.

Un día, mientras limpiaban el ático, encontraron una vieja caja con fotos familiares. Isabel se sentó junto a Andrés y le mostró una foto de sus padres.

—Ellos estarían agradecidos por lo que ha hecho por nosotros —dijo ella, abrazándolo con fuerza.

Con el tiempo, la casa dejó de ser el lugar oscuro y triste que había sido. El jardín floreció, las risas regresaron, y los niños encontraron una nueva normalidad con Andrés como su vecino y protector.

Una tarde, mientras veían el atardecer juntos, Lucas miró a Andrés y dijo:

—¿Sabes? Creo que mamá y papá te mandaron para cuidarnos.
Andrés sonrió, conteniendo las lágrimas.

—Quizá sí, Lucas. Quizá sí.

El hombre, que había llegado al pueblo buscando paz tras una vida llena de pérdidas, encontró algo mucho más valioso: una nueva familia.

Y así, en aquella pequeña calle, dos huérfanos y un hombre solitario demostraron que las conexiones humanas, incluso entre extraños, pueden sanar heridas profundas y crear algo hermoso: y Esperanza.

¡ Una calmada y bendecida noche estimados lectores!

        

miércoles, 14 de mayo de 2025

Yo tambien

Yo también deseo vivir con lo justo.
¿ Porque debo recoger excremento para sobrevivir ?
Yo tambíen se que el universo que se asemeja a su creador, me escucha.
Solo deseo un techo y pan. 
Para con calma saciar mis ansias de aprender y una que otra letra plasmar.

martes, 13 de mayo de 2025

será?

Uno a veces cree que es, "el bueno" , 
todo porque sentimos tener una conciencia en paz.