martes, 5 de noviembre de 2024

Noviembre

Cuando Martha despertó, supo que algo no estaba en su sitio. La mesilla y el despertador sí, la ventana también… en realidad, no era tanto algo visible, como una sensación. Acaso la ausencia absoluta de ruido… No se oía el tráfico, ni los perros que siempre ladran a lo lejos… No siquiera el rumor tranquilizante del refrigerador allá en la cocina. Tampoco las cañerías del edificio que anunciaban con cascadas que el día estaba en curso a las seis de la mañana. Se levantó adormilada, pero consciente de que algo faltaba, el mundo estaba incompleto.
Asomó por la ventana y le sorprendió la calle desolada, las farolas apagadas, aunque apenas amanecía. Caminó a la cocina y comprobó que no había energía, ni modo de preparar un café.
Abrió la puerta del departamento, asomó al pasillo; Mudo, la luz gris del amanecer dibujaba tenue la escalera y el pasillo.
 - “Buenos días” - gritó un poco asustada, esperando que la portera respondiera dos pisos abajo, mientras trapeaba la entrada del edificio, pero sólo respondió la resonancia de su voz apagada de inmediato. Bajó la escalera, salió a la calle, descalza. En su azoramiento, olvidó ponerse las pantuflas. En camisón , despeinada, asomó por ambos lados de la acera. No estaba abierto el puesto de jugos ni el señor de los periódicos. Tampoco la fila del colectivo. 
El sol iluminaba  la calle tímidamente, pero no parecia aumentar la luminosidad, estaba tan estático como el resto de las cosas, las nubes inmóviles, los pájaros no volaban ni irrumpían con sus silbidos estridentes. 
Recordó vagamente que era Noviembre 2, y que pensaba visitar la tumba de Tomás, llevarle unas flores y unos cigarros, acaso una petaquita de ron. Platicaría con él un rato y después regresaría a casa. 

Subió la escalera, un tanto confundida y entró al departamento, empujando la puerta que había dejado entreabierta. 

Al entrar a su habitación entendió todo. 
El despertador marcaba las 6:13, las manecillas seguían ancladas. En la cama se encontraba ella, tan estática como todo lo demás. Era el dos de noviembre, y al parecer, su inscripción a la vida había caducado. Sólo quedaba sentarse ahí, al lado de su cuerpo, y esperar a ver si llegaba Matilde más tarde, para organizar su funeral. Qué otra cosa se podía hacer?

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