Al final yo deboré el manjar y al llegar a casa, le conté a mi compañera la historia del mango.
Se molestó y me dijo que era un acto de imprudencia.
Ya que el fruto pudo estar envenenado.
Yo solo y pensativo " cada vez que sentía algo extraño, sin pronunciarlo sentía algo de angustia.
"No deseaba morir envenenado".
Hoy dos meses después, caminando por el mismo lugar, vi otro mango y recordé el día que recogí la fruta , la comí y no morí.
Lo único fue que esta vez no recogí el mango.
Moraleja: ... Escribe tu propia moraleja.
Edgar plata
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